jueves, 13 de mayo de 2010

LOS LIBROS ROBADOS

¿Cuántos libros he regalado en mi vida? No hace mucho tiempo, regalé una edición de Losada con tres obras de teatro de Jean Genet, que contiene Las criadas, El balcón y los biombos, no sé si el destinatario era la persona indicada pero se lo obsequié por haber encontrado dos ejemplares en la biblioteca de todos mis lectores; además, la persona afortunada me regaló la primera edición que tuve en mi vida de Luna de enfrente, de J. L. Borges
La semana pasada, una amiga muy querida, me pidió prestados dos libros del poeta español Miguel Hernández, Perito en lunas y El rayo que no cesa, tuve que decirle que no bajo los argumentos irrefutables que al fotocopiarlos mis ejemplares se desencuadernarían y que son ediciones agotadas desde el golpe de estado en Argentina, en la década de los 70. Además, le dije, que la editorial ya había desaparecido. Que esperase las ediciones españolas del centenario del nacimiento del héroe de la Guerra Civil. Además gracias al chiapaneco Juan Bañuelos conocí y leí a este versificador acaso opacado por otros de muerte, también, temprana.
En otra ocasiòn, hará de esto una década, un seudofilósofo me solicitó en préstamo La cámara lúcida, de Roland Barthes, le dije que podía conseguirla en la edición española de Gustavo Gilli, que en mis tiempos tenía el precio exhorbitante de 700 pesos, o la más reciente de Paidós; que ni a mis amigos prestaba libros. Después me enteré que este pediche no devuelve nada.
También en otro momento del siglo veinte tuve la ocurrencia de prestar una edición veracruzana de las cartas de amor de Antonieta Rivas Mercado, la mecenas de los Contemporáneos que era capaz de posponer la compra de un perfume importado o un arsenal de zapatos de diseño exclusivo por financiar una puesta en escena de Salvador Novo en el teatro La Capilla, bajo la traducción de un poeta brillante como lo fue Xavier Villaurrutia. Pues bien, recuperar esa edición, agotada en ese entonces, me significó varios derrames de bilis hasta que el lángara la duplicó en hojas Xerox, al entregarme mi ejemplar le dije que las puertas de mi biblioteca seguían abiertas para él (una forma elegante de mandarlo a la rechingada, en realidad.)
Hace diez días me escribió un amigo que hace unos 25 años que no veo, me dijo en el mensaje: Soy Raúl Silva, un día me prestaste una edición de Roberto Arlt, que nunca te devolví, ¿recuerdas? Creo que el precio a pagar para no olvidar a un "amigo" es que no te devuelvan un libro, desde entonces, década de los 80, inconseguible, le dije. Pero ya no me volvió a escribir, sólo sé que vive en Cuernavaca, a donde no pienso buscarlo.
Entre las personas que recuerdo que olvidaron regresarme un préstamo, están Julio Castillo, vecino de la Hipódromo Condesa junto con Hugo Argûelles, al primero le facilité una edición de las obras de Genet y al segundo un volumen de teatro venezolano contemporáneo. Al director de teatro Mauricio Jiménez le solté un volumen con cuatro guiones de Ingmar Bergman y a Armando García, del grupo Barro Rojo, la novela Las confesiones de Nat Turner, ediciones que jamás les volví a sacudir el polvo. También por ese entonces, al poeta Mario Santiago Papasquiaro le facilité un ejemplar de una antología del chileno Vicente Huidobro, en prenda, él me dejó otro de Los eróticos y otros poemas, de Efraín Huerta, que se conseguía en cualquier librería de la ciudad.
Sólo en una ocasión me atreví a apropiarme de una edición italiana de la noveleta Llorar frente al espejo, de Severino Salazar, quien en su lecho de muerte, pràcticamente, me pidió que lo hiciera para recuperarla; y así lo hice. Cuando se la entregué en sus manos, me dijo: "Pero si este libro tiene una dedicatoria. Se lo arrebaté, la busqué, pero no era cierto, la primera pàgina non estaba en blanco.

3 comentarios:

Fernando Andrade Cancino dijo...
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serteco3 dijo...
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Uriel Martínez dijo...
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