sábado, 9 de octubre de 2010

VOZ SOMBRÍA DEL FADO

Fado (hado, destino), canto monocorde, envuelto en una sombría tristeza, quizá el único enriquecimiento posible de una lengua que parece como si hubiera sido estigmatizada y torturada desde su nacimiento. El fado suele ser anónimo y se canta con palabras nada ilustres. No posee el brío ni el temblor del flamenco, ni el ritmo endiablado de la jota y de la sardana (pero) su resultado es siempre desgarrador, auténtico. Oí los primeros fados en una taberna de la Baixa, la ciudad vieja, donde la música comienza hacia las diez de la noche. Tres o cuatro cantantes y varios guitarristas se turnaban. Sentados junto a mí estaban dos industriales de Oporto que se expresaban en un francés excelente. Eran pocos los extranjeros y no se tenía la impresión de un espectáculo preparado para los turistas. Mis dos nuevos amigos me traducían cada palabra. Entonces el encanto disminuía un poco porque el fado necesita mucha oscuridad y con entender alguna palabra como manhá y curacao hay de sobra.

El personaje enfermo de saudade (enfermedad nacional: la "presencia de la ausencia") y no sé de qué otros males, continuó hablando conmigo y quiso que probase un trozo de salmón del Miño, afirmando que no debía irme de Portugal sin haber pescado en ese río fronterizo.Los salmones gallegos, dijo, abandonan España y quieren morir en Portugal... Al día siguiente fui a una tienda de discos y compré "Una casa portuguesa", una de las mejores grabaciones de Amália Rodrigues, canción popular cuyo estribillo todos repiten a coro.


(texto tomado de Eugenio Montale, Fuera de casa,
ed. Altaya, col. Biblioteca Premios Nóbel, trad. de
Julio Martínez Mesanza, Barcelona, 1975)

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