miércoles, 5 de enero de 2011

PÁSAME EL CHICLE

Lo siento, que nadie se sienta ofendido, pues esto no atañe a nadie en particular, sino a mucha gente “considerada en general”, pero hay pocas costumbres humanas —y tanto pues efectivamente es sólo del género de los bípedos de postura erecta, pulgar oponible a los otros dedos y supuesta inteligencia— que me parezcan tan tontas y asqueantes como la de masticar chicle, eso que suele convertir a los chicleadictos en una especie de rumiantes de lo insípido o de infladores de globitos para, puf, hacerlos estallar sobre los labios y a veces sobre parte del rostro. Tanto detesto ese vicio que muy voluntariamente me olvidé de obedecer a mi odontólogo o estomatólogo, que me aconsejaba mascar chicle para fortalecer mi dentadura, y cuando voy al centro de Coyoacán, lugar para mí muy grato (uno de los pocos que conservan un tono y restos de un tranquilo ritmo pueblerino, pese a estar ya pululante de multitud y de “comercio informal”), trato de evitar alguno de los siete tramos de la casi inevitable calle Tres Cruces que iniciándose desde la de Belisario Domínguez pasa al costado del jardín Centenario y termina en la avenida Miguel Ángel de Quevedo, porque en muchas de sus aceras o banquetas hay unos cuantos árboles con aspecto de seres ulcerosos por hallarse sus troncos entera y repugnantemente cubiertos de chicles masticados. Ese modo peculiar de humillar a los árboles creyendo adornarlos acaso se debe a que algunos transeúntes ingenuamente desean dejar una marca o señal de su paso por la calle y a final de cuentas en el mundo, pero es sucio, repelente a la vista, antihigiénico y aun insalubre, pues se ha descubierto que los chicles mascados tienen miríadas de microbios. Así que al enterarme de que el suelo de la céntrica, histórica y todavía con estilo calle Madero ha sido recientemente deschiclado por voluntad del Consejo Ciudadano y las autoridades del Gobierno del Distrito Federal, no puedo menos de aplaudir y esperar que se continúe con la deseable deschiclación de otras zonas de la ciudad, y particularmente (si no fuese mucho pedir) del barrio o la colonia o como quiera llamársele a esa zona de Coyoacán, una de las pocas en Esmógico City que todavía, aunque cada vez más débilmente, hacen paseable y convivible a la Ciudad de México.


(Hubo un tiempo que se inventaron muchos sinónimos: "le troné el chicle" por "le chasqueé los dedos"; "a esa vieja sí le trueno el ejote" por "a esa me la cojo"; "tragué saliva" por "se me antojó"; "ando añusgado" por "traigo obstruída la glotis o el gañote"; "se me pararon los pelos de punta" por "me dio miedo"; "me tienes con el jesús en la boca" por "ando estresado", etc. Así el mascar chicle se toma como un recurso melodramático propio de las porteras, chismosas y lavanderas, nótese la misoginia de la metáfora. Nota tomada de Milenio, autor: José de la Colina.)

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