viernes, 20 de mayo de 2011

EN DEFENSA DE LARS

Lo llamaron payaso desde sus modestas arrogancias, porque decirle payaso, así como así, era la mejor forma de humillarlo y de quitarle sustento a sus declaraciones. No bastó con declararlo persona non grata en Cannes. No bastó con emitir un comunicado oficial en el cual afirmaban que “Utilizar el Festival de Cannes y los medios para propósitos intolerables es empañar su imagen. Y es aún más triste y lamentable este año, en el que recibimos películas de pueblos que gritan por su necesidad de expresión vital y a cineastas detenidos en sus propios países”.

Después de la velada expulsión debía llegar la ridiculización, el ridículo que no admite discusiones, el ridículo que sepulta las ideas, el ridículo que ahoga por siempre y para siempre, el ridículo que rompe toda posible discusión. Lars von Trier fue decapitado de un plumazo por los dueños del mundo pues se atrevió a sugerir que Hitler tenía un lado humano. Dos meses atrás había ocurrido algo similar con el diseñador John Galliano, aunque el escándalo se hubiera producido en un escenario distinto, una fiesta, y en circunstancias diferentes.
Más atrás ocurrieron hechos parecidos, por el rompimiento de los moldes y sus consecuencias, con José Mourinho, y más atrás aún, con Diego Maradona, aunque ninguno de los dos hubiese mencionado a Hitler. Mourinho y Maradona se atrevieron a cuestionar lo establecido. Se salieron de la etiqueta impuesta y tuvieron que pagar, tanto en dinero como en prohibiciones. Es el mundo modelo Siglo XXI. El mundo que fue y será una porquería, como lo cantó Enrique Santos Discépolo 70 años atrás.
El mundo, en fin, que cada vez soporta menos el disenso. El mundo que escribió en letras invisibles lo que es tolerable y lo que no, el Bien y el Mal, lo inteligente y lo ridículo. El mundo que permite guerras y asesinatos si esas guerras y asesinatos son avalados por los dueños de ese mundo, que a su vez son los dueños de la opinión pública, y a su vez, los salvadores y protectores de la Democracia. “Disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos”, dijo José Saramago dos años atrás.
Hoy, disentir en la forma o en el fondo ha terminado siendo un asunto de enajenados, payasos, groseros, mentirosos, malos perdedores, amargados o fracasados. La Verdad no importa, importan los intereses, y para salvar los intereses hay que ser políticamente correctos. Hay que ser buenos, impecables, prolijos, benéficos, sonrientes. Como cantaba Shakira muchos, muchos años atrás ya, “que Dios nos ampare de malos pensamientos, hay que cumplir con las tareas, asistir al colegio, ¿qué diría la familia si eres un fracasado?”
“Qué diría Dios, se ama sin la iglesia y sin la ley”, escribía varias décadas más atrás aún Silvio Rodríguez. Hoy habría que preguntarse si ese amar no es, también, dirigido y determinado por los dueños del mundo.


(El artículo "Los dueños del mundo" de Fernando Araújo Vélez se tomó del blog 'el magazín' del diario colombiano El Espectador, una crítica a los guardianes de las buenas conciencias del mundo cinematográfico y a las sociedades totalitarias que castigan al disidente de la norma.)

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