viernes, 19 de agosto de 2011

MACEDONIO, WHISKY Y CAFÉ

Ya no se puede beber un café o un güisqui en el bar donde se reunían entre semana, a eso de las ocho de la tarde, Jorge Luis Borges, con su habitual taza de leche caliente, y otros destacados escritores argentinos, como Macedonio Fernández y Conrado Nalé Roxlo. La porteña confitería Richmond, tan emblemática como el Café Gijón para Madrid, cerró sus puertas el pasado domingo y de momento no se sabe si algún día reabrirá.

Situada en la calle peatonal Florida, otrora símbolo de la aristocracia de Buenos Aires y actual mercadillo plagado de oficinistas, turistas, vendedores ambulantes y mendigos, la Richmond se encontraba en una difícil situación económica en un país que crece a toda velocidad en medio de una inflación alta y del progreso de grandes cadenas de cafeterías modernas, ya sean nacionales o internacionales. Sus dueños ya habían cerrado el área del sótano donde se jugaba al billar, reducido el horario de atención al público y despedido a la mitad de la plantilla, antes de tomar la decisión final.
Fundado en 1917, en el nuevo siglo recibía menos clientes este café de arañas holandesas, decoración de estilo inglés, con sillas y sillones Chesterfield, y platos famosos como su tarta Richmond, un bizcochuelo de chocolate, con mousse, nata chantillí y fresas. Allí, en las décadas de los veinte y los treinta, se reunían los escritores y otros artistas del grupo vanguardista llamado Florida, por la calle en la que también estaba la sede de la revista literaria Martín Fierro. Los de Florida, en el centro de Buenos Aires, solían pertenecer a las clases altas y buscaban revolucionar las formas, mientras que los del grupo Boedo, un barrio más popular, destacaban por sus contenidos políticos y sociales, pero los límites entre unos y otros fueron quedando desdibujados.
Al grupo Florida pertenecieron Borges, Fernández, Nalé Roxlo, otros escritores como Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal y Ricardo Güiraldes, y los pintores Xul Solar, Norah Borges, Lino Spilimbergo, Antonio Berni y Emilio Pettorutti. La Richmond era su punto de encuentro. En el sótano también se jugaba al ajedrez. Por las tardes, las mujeres de la aristocracia solían tomar su té de las cinco.
La Richmond había sido catalogada por el municipio como uno de los "60 Bares Notables" de la capital argentina, al igual que otros como el Tortoni, el 36 Billares, Las Violetas, La Biela o el Británico, que estuvo a punto de cerrar en 2007. Pero los dueños de la Richmond decidieron dejar de servir café y vender el edificio a unos inversores que se lo iban a alquilar a Nike. La empresa norteamericana de ropa deportiva quería abrir su comercio más grande de Argentina en ese edificio de Florida, esquina a Corrientes, a finales de año. Pero 48 horas después de publicarse la noticia en el periódico El Cronista Comercial, los miembros del Parlamento de Buenos Aires se reunieron el pasado 11 de agosto y votaron una ley que la declaró Patrimonio Histórico. Esta norma salva al edificio de cualquier reforma estructural, pero no impide que allí se instale otro tipo de negocio. Por eso, el bar cerró por sorpresa el domingo y los empleados de la Richmond reaccionaron a partir del lunes con una protesta callejera para reclamar salarios retrasados e indemnizaciones por despido. Finalmente, el Ministerio de Trabajo intervino para que se resarciera a los trabajadores. Ante tanto escándalo, Nike ha puesto en suspenso sus planes de alquilar el edificio. Quizá algún día la Richmond volverá a abrir con otros propietarios.


(si es cierto que luego de fallecidos los espíritus regresan a los lugares de su regocijo, qué será de Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges sin ese sitio de recreo que menciona Alejandro Rebossio en Milonga por un viejo café literario. Basta imaginar que ahí estaría un Taco Bell o un McDonalds para maldecir al propietario que vendió, a las autoridades que permitieron o a los ciudadanos que por desgana permanecieron callados. Nota tomada de El País.)

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