lunes, 11 de junio de 2012

Héctor García: una pasión terminal

En la imagen se ve un niño. Va descalzo. La ropa maltrecha. Un sombrero que se intuye blanco. Hay dos carros a los lados. Dos carros enfrentados, como queriendo aprisionarlo. En una esquina se lee USA. Es posible que las letras hagan parte de otra palabra, pero la imagen sólo deja ver esto. Pocos elementos, que a la vez dicen todo. Remata el título: “Entre el progreso y el desarrollo”.

Héctor García asumió la fotografía como un oficio social. Denunciante, pero no panfletario. Consciente, pero no aleccionador. Bello. Sutil. Concreto. En más de 60 años de trabajo produjo más de un millón de diapositivas que hoy son tratadas como un tesoro nacional en México, pues el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) se dio a la tarea de digitalizar la obra de este gran maestro que retrató la profunda inequidad de una sociedad que progresa por encima de su propia gente, una historia harto conocida en el resto del continente, por lo demás.
García nació en 1923 y al poco tiempo quedó huérfano. Parte de su educación vino de la calle, un lugar que aparecería constantemente en sus fotografías como personaje de sus retratos, fondo de la injusticia, testigo del desarrollo. Fue un inmigrante fallido y deportado. Al regresar obligado de Estados Unidos comenzó a trabajar para varias publicaciones, no como fotógrafo, sino más como observador del oficio, un alumno de la técnica, pues su estética, su ojo, fue un asunto que saldó con la ciudad misma: el hombre de la calle.
En un principio no le era permitido sacar fotografías. Para finales de los años cincuenta, García trabajaba como fotorreportero para el periódico Excelsior. Por esos días, Demetrio Vallejo era ya una prominente figura de la izquierda mexicana quien, desde el sindicato de trabajadores de los ferrocarriles, levantaba polvo con una serie de huelgas por las cuales fue encarcelado. García tomó las fotos de su aprisionamiento, imágenes que Excelsior no quiso publicar.
En unos pocos años, el fotorreportero pasó de no poder publicar por falta de experiencia a no poder publicar por una censura disfrazada de desdén editorial.
La voluntad lo es todo. Con el apoyo del periodista Horacio Quiñones, quien puso el capital y convenció a García, publicaron la revista ‘Ojo!, una revista que ve’, en la que aparecía el reportaje gráfico de las huelgas de los ferrocarriles. Se imprimieron cinco mil ejemplares y otro amigo se encargó de distribuirla. Toda la edición se fue en un día, incluso a precios más altos que el de la portada.
Con este éxito, García pensó en imprimir más ejemplares, hasta que Quiñones le advirtió que la Policía había pasado por el taller de impresión y se había llevado las placas. El reportero gráfico debió esconderse por un tiempo. En 1959 ganó el premio nacional de periodismo de México por este trabajo.
La reportería gráfica es un asunto que suele incomodar al poder, cuyo reflejo sale impoluto de la cámara, libre de zalamerías y artificios para ganar elecciones. La realidad de García era cargada de tonos oscuros, con un marcado contraste entre la sombra y la luz, como si México entero sólo existiera en esa franja dramática de la imagen, la tensión entre el olvido y la sobreexposición.
El legado de García es la crónica social que dejó de un país que emergió de una revolución popular para entrar en conflicto luego con el desarrollo y el mercado. Su mirada es, más que una lección, un estudio de lo urbano, un ejercicio de observación de la vida al interior de la colmena de abejas. Su último deseo era ser enterrado de pie en un panteón de Xochimilco, al sur de Ciudad de México, con una ventanita en el ataúd "para que pudiera seguir viendo la ciudad". La fotografía como pasión terminal.


(La última vez que tuviste a la mano la mano del fotógrafo Héctor García, aquí en Zacatecas, fue en la premiación de un concurso de fotografía, en que fue jurado y estaba presente para entregar los premios. Esperaste a que se desocupara para decirle que eres amigo del pintor xalapeño Pepe Maya, amigo de correrías suyo, pero nunca lo "soltó" el colega Juan Antonio Sánchez (a) El Cuajanais, que falleció mucho antes que el autor de la foto de David Alfaro Siqueiros en Lecumberri. Nota de Santiago La Rotta en el diario El Espectador, de Colombia, on line.)