viernes, 22 de junio de 2012

Juan Rulfo el cliché

La argentina Reina Roffé publica su tercer libro sobre Juan Rulfo desde 1973, cuando aún vivía el biografiado. Sin duda esta biografía “no autorizada” es lo mejor que se podía hacer en este terreno sobre Rulfo, porque la autora no busca sólo erudición (que hay mucha) sino un tono literario o perspectiva literaria, que haga amena la lectura, que lo es, si uno tiene algún interés por ese narrador exiguo, mágico y mentiroso ( otros agregarían y depresivo) que se llamó Juan Rulfo (1917-1986).

Juan Rulfo (su nombre inicial fue Juan Pérez, Rulfo era un apellido que adoptó de su lado materno) nació en tierras de Jalisco (México) en plena Revolución. Pertenecía a una familia criolla que había tenido bienes, pero que esa Revolución y la contrarrevolución “cristera” asoló o depauperó. El padre de Rulfo murió asesinado y la madre optó por enviar al chico a un internado u orfanato, que como el escritor maduro dijo una vez, me sirvió “para aprender a deprimirme”. Parte del “misterio Rulfo” (llámemoslo así) tiene que ver con una infancia y primera mocedad desdichadas, que logran un muchacho muy amante de la lectura, pero introvertido, tímido y un tanto patológicamente silencioso. Rulfo nunca fue a la Universidad, resultó un claro autodidacta, que durante muchos años trabajó en lo que iba saliendo, como ser vendedor de llantas de automóviles... Todos dicen que nació en Apulco, pero él solía decir que en el cercano pueblo de San Gabriel y fue registrado en Sayula. A Juan le gustaba en todo liar un poco y su biografía juvenil se presta admirablemente para ello. Como fuere, de todos esos pueblos y de la lucha “cristera” en Jalisco, saldrá el clima de sus dos casi únicos libros que terminaron haciéndole famosísimo. Como alguien dijo (no recuerdo si mezclando también a Salinger) unos son famosos por lo que escriben y otros por lo que no escriben.
Tal es el caso de Rulfo que, pese a ello, siempre aceptó vivir como un escritor ( y al fin muy homenajeado), es decir, como alguien que si en ese momento no escribía, podría volver a hacerlo en cualquier instante. Hora que nunca llegó. Juan Rulfo -los amigos lo llamaban “Juanito” y decían que en la intimidad podía ser muy hablador- será siempre el autor de dos libros narrativos excelentes: el libro de cuentos (algunos se publicaron en revistas ya en los 40) El llano en llamas (1953) y la novela, medio mágica, Pedro Páramo de 1955. Claro está que en ese momento los libros tuvieron un éxito relativo que, a partir de los mediados años 60, se fue extendiendo e incrementando con nuevas ediciones y múltiples traducciones hasta devenir clásicos, lo que al tímido Rulfo debió halagar tanto como fastidiar, pues según decía su suma aspiración era la tranquilidad. Rulfo escribió algún fragmento más: Un pedazo de noche (1959), el fragmento de una novela futura, algún guión de cine como El gallo de oro (llevado al cine con otro título por Arturo Ripstein) y póstumamente la colección de cartas de noviazgo con su luego mujer, Clara, que era una muchachita cuando la conoció. (Dicen que, ya en los 70, el poco faldero Rulfo, tuvo alguna relación con otra mocita argentina que, al parecer, podría vivir ahora en Madrid.) Pero Rulfo, a quien Reina Roffé termina llamando “el hijo inconsolable del desaliento”, fue siempre el secreto de su bloqueo como escritor, lo excepcional de sus dos libros (pioneros del “boom”), su afición temprana a la fotografía -otra de sus habilidades que se conoció tarde- su afán por inventar y tergiversar (alguien le pidió escribir lo que hablaba entre amigos, se negó.) y su relación cordial, a ráfagas, con amigos tempranos como Juan José Arreola -algo competidor desde lo distinto- o el académico Antonio Alatorre, y su falta de simpatía (mutua) con Octavio Paz, seres caracteriológicamente en las antípodas...
Reservado, huidizo, alcohólico muchos años hasta curarse de la adicción, que quedó en cigarrillos y coca-cola, el personaje más parecido a Rulfo (nada amante de fastos ni de trepadores) en la novela latinoamericana, es el uruguayo Juan Carlos Onetti. Se profesaron simpatía aunque coincidieron poco. Rulfo murió de cáncer en su casa del D.F. a pricipios de enero de 1986. Había renacido un mito. Pero hay muchas más cosas y Reina Roffé las narra muy bien.


(La imagen más viva que tienes de Rulfo es aquel mediodía que salías de la librería El Ágora, en Insurgentes y Río Mixcoac, al fondo estaban charlando cada uno con un café Günther Grass y el autor de "Macario"; después otra imagen en el mismo lugar: llega el escritor mientras tú estás junto al cajero de la librería, esperas que te cobren un ejemplar de "Mal de piedra", de Carlos Montemayor, y ves que Rulfo se clava en la portada del libro que ya te han cobrado. Pero lo dejas con la palabra en la boca. Hay varias imprecisiones en esta reseña, sólo mencionarás dos: la primera versión de "El gallo de oro" es de Roberto Gavaldón, 1964; Rulfo escribió el guión de "La fòrmula secreta", 1965, del director Rubén Gámez. Nota de Luis Antonio de Villena tomada de El Cultural, diario El Mundo en línea.)