jueves, 6 de septiembre de 2012

Los Burrón, familia numerosa

Dedicar un artículo para Paz y Los Simpsons me ganó una reprimenda de carácter nacionalista que intentaré enmendar. Por principio de cuentas, me alegró el día conocer a alguien que me lee. Hasta le pedí un autógrafo. Puso cara de indignado. No insistí. Sumaban dos los agravios que le hacía.
En pocas palabras me dijo que le parecía injusto no darle su lugar a La Familia Burrón, genial historieta sostenida por más de sesenta años por su creador, don Gabriel Vargas, quien sin ínfulas de sociólogo, ofreció con sus monigotes un estudio de la clase media y baja mexicana. Añadió que si la televisión mexicana hubiera sido inteligente, Los Burrón fueran tanto o más influyentes que Los Simpsons. Ni la menor intención de contradecirlo; primero, porque fue una charla de banqueta, con el sádico sol de agosto encima; segundo, porque coincidía en pleno con su apreciación.

Si en la actualidad el índice de lectura per cápita en México anda arañando los tres libros anuales, no quiero ni imaginar lo microscópico que era en 1936, cuando surge Pepín, la primera historieta mexicana, producto de una audacia empresarial de José García Valseca. El Pepín fue adoptado de inmediato como una posibilidad de lectura fácil: monitos con actitudes y expresión, y diálogos con globitos que marcaban en punta al personaje que los decía. Incluso los analfabetas lo adquirían porque, aunque no supieran lo que decían los globitos, construían una historia con lo que les decían los rostros y actitudes de los monitos, como un válido ejercicio de imaginación. Luego buscaban quién se los leyera bien. De esta forma, y con perdón por la ironía, el Pepín de García Valseca logró, muy a su manera, el sueño de José Vasconcelos de convertir a México en un país de lectores.

También, con la fortuna que obtuvo con sus Pepines, García Valseca materializó su propio sueño: consolidar una cadena periodística con gran poderío político, al estilo de su rival gringo, William Randolph Hearts, El Ciudadano Kane.

En Pepín debutarían Los Superlocos y El señor Burrón, de un tal Gabriel Vargas, a decir de los decires una verdadera chucha cuerera a la hora de hacer monitos con ideas. En Los Superlocos el personaje era Jilemón Metralla, un exdiputado trinquetero y malora que vive su retiro explotando a su criada Cuataneta. El Señor Burrón, bajito, honesto y hábil peluquero, propietario de El rizo de oro, pronto sería desplazado por el carisma de una güereja de piernas largas y flacas, buena pa’mover el esqueleto, proveniente de la más alta de las sociedades, devota de San Crispín, tequilera de hueso colorado y fumadora de cigarros de periódico: su esposa, la única, la insuperable, la indómita, la hacedetodo, ¡Borola Tacuche de Burrón! Así, la historieta aplasta a Jilemón Metralla y es rebautizada como La Familia Burrón.

Huéspedes “vitalicios” del Museo del Estanquillo, una de las herencias de Carlos Monsiváis, La Familia Burrón nace en 1948. Son cinco, al igual que Los Simpson, y también coinciden con un perro en la familia: Regino, peluquero, pobre y honrado; Borola, deschavetada, impulsiva y con un mosquetón al lado, por lo que se pudiera ofrecer; Foforito, hijo adoptivo, su padre biológico es Susano Cantarranas, pepenador, beodo; Regino, alias El Tejocote, primogénito, en sus rasgos de personalidad predominan los genes maternos; Macuca, también conocida como La Pecocha, es la única de todos los personajes de la historieta que no tiene nariz de bola, sino respingada. Su personalidad está más inclinada hacia Regino, pues Borola continuamente la avergüenza con sus locuras. Wilson, el perrito de la familia, es como la ONU: una mezcolanza de razas. Su sino es ir y venir con sus amos a El rizo de oro. Todos ellos vivieron durante poco más de sesenta años en el Callejón del Cuajo número chorrocientos chochenta y chocho. Dándose picoretes, cuando el amor apremiaba, o moviendo el bigote, cuando era el hambre la que lo hacía. El 26 de agosto de 2009 se les vio por última vez por ahí.

Compañeros infaltables a la hora de ir a la letrina en la infancia, el mosaico de sus personajes es variado, así como el de Los Simpsons. Aparte de los ya referidos, encontramos a Cristeta Tacuche, la tía multimillonaria de la Borola, que autoriza su matrimonio con el pobretón de Regino. Vive en París, donde pasa noches de francachelas bebiendo champán pa’ricos en cantidades industriales. Por las mañanas lucha en la alberca de su mansión con Pierre y Marcelo, sus cocodrilos del alma. Ruperto Tacuche, hermano de Borola y amante de lo ajeno venido a menos por su desmedido amor platónico por Bella Bellota. Aunque retirado del oficio, Ruperto sufre el acoso de sus viejos colegas que insisten en que regrese a la actividad, y las extorsiones de “los tecos”, que descreen su arrepentimiento. Su rostro siempre está oculto por una bufanda. Y qué decir de Avelino Pilongano, poeta, ganador en alguna ocasión de los Juegos Florales de San Teporingo de las Iguanas, amigo de Octavio Paz, hijo de doña Gamucita Botello Pericocha, viuda de Pilongano, que lava y plancha ajeno para que su hijo adorado se dedique a escribir esos poemas que algún día los sacarán de pobres. El Tractor también es digno de mención. Mozalbete de 14 años que usa su convertible como shorts, es fiel seguidor de las locuras de la Borola y hasta pone dinero para llevarlas a cabo.

En definitiva, el universo de Gabriel Vargas es enorme y su aportación cultural es tal que Juan Villoro afirmó lo siguiente: “Reunir las Obras Completas de Gabriel Vargas enriquecería más nuestra cultura que recuperar el penacho de Moctezuma”.


(nota documentada de José Luis Franco, "El penacho de Moctezuma y la familia Burrón" en el sitio "ríodoce".)

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