jueves, 20 de diciembre de 2012

Adam Lanza: materia de novela negra

A Adam Lanza, el letal pagafantas de Newtown, lo están psicoanalizando a posteriori a ver si logran extraer las raíces del mal donde aparentemente sólo había aislamiento, timidez y frustración: el típico batido de adolescente torpe con pinta de llevarse todas las collejas puestas. Un canguro que lo cuidó cuando tenía diez años dice ahora que al asesino ya lo veía él venir hasta juntando las piezas del Lego porque se concentraba tanto “que parecía estar en su propio mundo”. Un detalle revelador, por lo visto el pequeño Adam hasta se mordía la lengua y guiñaba un ojo, como si ya estuviera tomando puntería.
Señalizar a toro pasado la carrera de un asesino puede ser tan fascinante y tan baldío como indagar en las causas del genio. Hace años un sagaz crítico literario atribuía la alucinante capacidad verbal de Shakespeare al temprano consumo de marihuana, fórmula magistral que, de ser cierta, hubiera convertido al Instituto Simancas, donde estudié de joven, en una reedición del Siglo de Oro, porque conviví allí con una generación de chavales que no fumaban más porros porque no tenían más manos. Había días que no se veía el patio del humo pero lo más cerca que estuve de escuchar un endecasílabo blanco fue un eructo de once sílabas.
En fin, a la biografía de Lanza ya le están aplicando los parámetros clásicos de una infancia homicida: abandono, maltrato, crueldad con los animales, progenitores raros. Esquemas que no valen gran cosa cuando uno piensa que la suma de una madre sifilítica, un padre borracho y cabronazo y un ambiente de mierda puede generar a Charles Manson pero también a Ludwig van Beethoven. Un servidor (que ya había leído una bibliografía bastante respetable sobre el tema) se pasó un par de meses sumergido en una documentación espeluznante para colaborar en un libro a ocho manos avalado por dos criminólogos sobre siete asesinos en serie españoles, y lo único que sacó en claro de toda aquella sangre es que a un asesino no lo ves venir hasta que ya tienes el hacha en el cogote.
En cuanto a las motivaciones, psicólogos y poetas ya deben de estar raspando la chistera en busca de las teorías más estupendas. Por ejemplo, que Adam Lanza disparó contra un montón de niños para vengarse de sus padres. Por ejemplo, que Adam Lanza disparó contra un montón de niños porque pretendía matar su propia infancia. Por ejemplo, que Adam Lanza disparó contra un montón de niños por culpa de Tarantino. Lo más lúcido que he oído yo nunca sobre motivaciones fue una vez, en televisión, cuando un periodista meticón fue a informar sobre una violación brutal que culminó en asesinato y acabó entrevistando a medio pueblo. Al final le metió la alcachofa bajo la boca a un pastor leonés mientras preguntaba ansioso: “¿Por qué lo hizo? ¿Usted por qué cree que lo hizo?” El pastor se rascó la calva, se caló la boina y emuló a Shakespeare: “Verá usté, yo creo que lo hizo pa’ satisfacese”.


(nota de David Torres, "Asesino por entregas", tomada del sitio Público.)

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