sábado, 7 de septiembre de 2013

La abuela Sylvia Plath

Imaginémonos dentro de los pensamientos de Sylvia Plath muy, muy temprano por la mañana, el 11 de Febrero de 1963. Estamos en Londres, en la casa del 23 Fitzroy Road, cerca de Regent’s Park. Ha sido un invierno terrible, el peor en cien años, con un frío que hace literalmente explotar las cañerías. Ya sabemos que va pasar, pero vamos llegando poco a poco a la imaginación de Plath en sus últimos momentos.
Hace varios meses que Plath, de treinta años, separada hace unos cinco meses de su marido, el poeta Ted Hughes, se ha estado despertando a esta con el alba —en hora azul, como lo describe ella misma— para escribir. En esas horas, antes que se despiertan sus hijos (Frieda, una nena de 2 años, y Nicholas, un bebé con apenas nueve meses) Plath escribe, poseída. Ha encontrado su verdadera voz, la musa la dirige, apoyando una mano sobre su hombro. Plath escribe un poema por día, a veces más. Pero este día, el 11 de Febrero de 1963 –un lunes– Plath se ha despertado para dedicarse a su segundo arte: el suicidio.
En el poema Lady Lazarus —uno de los que escribió en esos días— dice, sobre el suicidio:

I have done it again.

One year in every ten
I manage it—
(Lo he hecho de nuevo / un año de cada diez / lo logro).


Y también dice, en el mismo poema:


Dying  
Is an art, like everything else.
I do it exceptionally well. 
                 
I do it so it feels like hell.
I do it so it feels real.
I guess you could say I’ve a call.


(Morirse / es un arte / como todas las otras cosas. / Lo hago excepcionalmente bien. / Lo hago para que se siente como el infierno. / Lo hago para que se siente real. / Supongo que podrías decir que tengo una vocación.)

En esta mañana helada londinense, cuando la ciudad aún estaba en silencio, Plath fue al cuarto de sus hijos, que dormían, y les dejó vasos de leche y pan con manteca, por si se despertaban con hambre. Pasó después a la cocina y con una toalla selló el espacio entre la puerta y el suelo. Abrió el horno y con otra toalla se hizo una almohada para apoyar su cabeza en el mismo horno. Prendió el gas al máximo y se recostó. Fue su segundo, o cuarto, intento de suicidio, dependiendo de cómo llevas la cuenta (¿Un choque de auto el año pasado, cuenta? ¿Un episodio con un cuchillo cuando tenía 10 años? Según ella, sí.) Lo único relevante ahora es que este intento fue exitoso.

¿Cómo podemos imaginar que pasaba en la imaginación de Plath en sus últimos momentos? Por allí, como los ahogados, vio su vida entera pasar por delante de sus ojos.

Plath vivió una vida encantada, pero con un gusano incrustado en el corazón. Nació en Boston, Massachusetts en 1932. Su padre, Otto, un inmigrante alemán, era un entomólogo, experto en abejas, que enseñaba biología y lenguaje alemán en la Boston University. La esposa de Otto, Aurelia, era de padres austríacos y tenía 21 años menos que su marido. Lo había conocido cuando era alumna en la universidad. Plath pasó su infancia, junto con su hermano menor, en un pueblo de clase media obrera, al lado del mar. La calle de su casa terminaba, literalmente, en el océano Atlántico.
Sylvia era una alumna brillante. Se adelantó un año en el colegio. Escribía poemas desde que era niña y su primer poema fue publicado en un diario de Boston, en un suplemento para niños, cuando tenía ocho años. Ese mismo año su padre murió. Testarudo y frugal, Otto, estaba seguro que tenía cáncer de pulmón y rehusó ir al médico. En realidad tenía diabetes y podría haber sido tratado y curado, pero cuando por fin fue diagnosticado ya era tarde.
Con su madre y hermano se mudaron a un arbolado suburbio de Boston, llamado Wellesley. Nunca tuvieron mucho dinero, pero tampoco nunca les falto nada (gracias a la madre, que terminó siendo profesora en Boston University, como Otto.)
Aparte de la sombra de la muerte de su padre, la vida de Sylvia fue puro sol. Le iba bien en el colegio y se ganaba todos los premios que había por ganar. Leía y escribía con la pasión y certeza de una elegida. Aun de adolescente logró publicar un puñado de cuentos en revistas nacionales. Era ambiciosa pero también le gustaba pasarlo bien. Le gustaban mucho salir con chicos, pero los tiempos eran complicados para las relaciones sexuales. Escribía voluminosamente en un diario todas sus impresiones, ambiciones y ocurrencias. No era una chica depresiva, pero si extremadamente autoexigente.
Cuando llegó el momento de ir a la universidad consiguió una beca completa en uno de los mejores colleges de mujeres en los Estados Unidos, Smith. Smith tenía un nivel académico comparable con Harvard, Princeton o cualquiera de las universidades del Ivy League. Allí, floreció. Estudio literatura. Sacaba puntajes casi perfectos en todas las materias salvo algunas obligatorias como gimnasia. Seguía publicando cuentos cortos en revistas nacionales y hasta ganó importantes cifras de dinero con eso. A la par de estudiar, trabajaba, como condición de la beca.
Smith, por más alto nivel académico que tuviera, no era un lugar feminista. El rol explicito de la universidad era preparar a las jóvenes mujeres para ser buenas esposas. Había una ceremonia a fin de año en la cual todas las graduadas hacían una carrera empujando un aro y cuyo premio simbólico para la ganadora era que sería la primera en casarse.
Gloria Steinem, que asistió a Smith en los años cincuenta, dijo: "el único mecanismo que te podría cambiar la vida era el casamiento, y después de eso asumías la existencia de tu marido. Así era la vida en ese momento".
En los diarios de Plath (se publicó una monumental selección de casi 800 páginas en 2000) no se le ve quejándose de las restricciones y las convenciones de la sociedad. Al contrario, quería casarse y tener hijos. Su problema era encontrar un hombre adecuado. Quería alguien con una inteligencia tan brillante y feroz como la suya. Y quería, también un hombre masculino, fuerte e imponente.
Tras su tercer año de college (se recibe, tradicionalmente en cuatro) fue aceptada en un programa súper exigente para pasar un mes como periodista en Nueva York en la revista Mademoiselle. Pero no pudo disfrutar de esa experiencia. En Julio de ese año, 1950, quería volver a Boston y hacer un taller de ficción en Harvard, pero su aplicación fue rechazada. Para una persona tan autoexigente como Plath fue un fracaso catastrófico.
Sola, en la casa de su madre en Wellesley, ese verano hizo un intento de suicidio macabro. Una mañana consiguió el frasco de píldoras para dormir que su madre guardaba bajo llave y bajó al sótano de la casa. Allí encontró un pequeño espacio entre el piso y la planta baja. Se instaló, como en una catacumba, cerrándose tras unas piedras pesadas, y se tomó todas las píldoras. Obviamente, nadie la encontró. En total pasaron tres días en los que su desaparición fue noticia de tapa en los diarios principales de Boston. Por fin, y por mera casualidad, su abuela, bajando al sótano para hacer la lavandería, la descubrió.
En los próximos meses Plath fue sometida a unos tratamientos de electroshock que, más que mejorarla, le aumentaron exponencialmente su angustia. Terminó en un psiquiátrico de la universidad de Harvard llamado McClean. (Allí se trataron a eminentes escritores como el poeta Robert Lowell y el novelista David Foster Wallace.) Fue un año muy difícil pero el orgullo y ambición de Plath, junto al apoyo total de sus mentores en Smith, lograron que lo sobrellevara. Terminó la universidad, un año tarde, con los más altos honores. Su tesis era sobre el uso del doble en la obra de Dostoievski. Además ganó una prestigiosa beca para estudiar literatura en Cambridge, en Inglaterra.
Acá comienza la larga fase terminal de su vida, en la cual encontró su voz como poeta pero también sembró su fin. Por fin conoce el hombre de su vida, uno que reúne todas las características que ella consideraba mínimas para su cónyuge. En una fiesta le presentan a Ted Hughes, un hombre alto, muy masculino, misterioso y, aún a los 25 años, un poeta excepcional. Plath dijo que él era, "un cantante, un cuentista un león y un trotamundos" (a singer, story-teller, lion and world-wanderer).
En esa fiesta Plath, eufórica, le canta versos de Hughes mismo a Hughes. Hughes la aparta a una habitación para hablar más en privado. El la quiere besar, ella lo abraza y lo muerde la mejilla hasta sangrar. Después Hughes diría que "el sistema solar nos casó esa noche". Se casaron, de hecho, solo tres meses después.
Es casi imposible que convivan dos poetas en paz en un matrimonio, especialmente cuando ambos tienen ambiciones desmesuradas. Y más aun cuando el arte de ambos consiste en mirar abismos, de entrar en oscuridades violentas para volver a la luz y contar de ese tránsito. Hughes, casi de inmediato, se convirtió en un poeta exitoso, alabado en Inglaterra y los Estados Unidos, como uno de los mejores de su generación. Sus poemas son sobre la tensión y la violencia escondida en la naturaleza y el mundo de los animales. Plath seguía escribiendo, pero sin tanto éxito –comparado con el de su marido. Sus temas: la muerte, el cuerpo, el microcosmos de la angustia cotidiana y autobiográfica dentro del macrocosmos de un universo indescifrable, frío y hostil.
Intentaron vivir en Smith, donde su Alma mater le ofreció a Plath trabajo como profesora. Intentaron vivir en Boston, como freelance. Se mudaron a Londres e intentaron allí. Plath le escribía a su madre que era feliz, que había logrado todo lo que se había propuesto en la vida. Tuvo una hija. Se embarazó nuevamente y tuvo un aborto espontáneo. Después tuvo un hijo. Hughes iba de triunfo en triunfo. Plath escribía, prosa, poemas, una novela autobiográfica que publicó en Inglaterra con pseudónimo, una primera colección de poemas. Para los estándares de cualquiera hubiera sido una vida exitosa.
Hughes tenía fama de mujeriego, y al fin se fue con otra mujer llamada Assia Wevill. Plath, devastada, enrabiada, sola con sus dos hijos, fue para delante con su vida. Antes de la separación habían alquilado un departamento en el edificio donde había vivido en gran poeta Irlandés, William Butler Yeats. Allí pasó Plath sus últimos meses escribiendo versos que la pondrían entre los mejores poetas estadounidenses del siglo XX.
Volvemos a la mañana del 11 de Febrero de 1963. Es imposible saber lo que pasaba dentro de la imaginación de Plath mientras moría. Pero nos podríamos imaginar este monólogo, construido de frases de los poemas de su colección Ariel, que Hughes publicó en 1965, y que fue dedicado a Frieda y Nicolas, los infantes que la niñera vio llorando en una ventana y hizo a unos obreros forzar la puerta del departamento de Plath, ya demasiado tarde.
Estoy aterrorizada de esta cosa oscura, que duerme dentro de mí. Todo el día siento sus vueltas emplumadas, su maldad… Como me gustaría creer en la ternura… Después de todo, estoy viva solamente por un accidente…  Un milagro caminante, mi piel, brillosa como la pantalla de una lámpara nazi… Carne, hueso, allí no hay nada… Herr Dios, Herr Lucifer, cuidado, cuidado… Nadie me miraba antes, ahora me miran… He sufrido la atrocidad de los atardeceres… No me muevo, la escarcha hace una flor, el rocío hace una estrella, la campana muerta, la campana muerta. Alguien está terminada… ¿Puro? ¿Qué significa? Las lenguas del infierno son lerdas… ¿Mi calor no te asombra? ¿Y mi luz? La mujer es perfeccionada, su cuerpo muerto lleva la sonrisa de su logro… Cada niño muerto enrollado, una serpiente blanca, cada uno a su pequeña botella de leche… De las cenizas me levanto, y me devoro los hombres como el aire.

Hughes fue el heredero de las obras de Sylvia Plath pero también de su dolor. Assia Wevill, la mujer por cual abandonó a Plath tuvo una hija. Cuando esa niña tenía cuatro años, Assia Wevill se metió en su cocina y, junto con la criatura, se suicidó abriendo el gas del horno. Nicolás, el hijo de Ted y Sylvia, se suicidó ahorcándose en Alaska, donde era biólogo marino, en 2009.

Hughes murió en 1998 después de publicar una colección de poemas llamado Birthday Letters, todos dedicados a Plath. En uno, titulado "Ouija", cuenta como él y Plath se comunicaban con un espíritu (Hughes era ocultista). En el poema Plath le pregunta al espíritu si serán famosos. La voz le contesta: "La fama vendrá. Especialmente para ti. La fama no se puede evitar. Y cuando viene pagarás por ella con tu felicidad, con tu marido, y con tu vida".
Para las feministas, Hughes es el asesino de facto de Plath. Amenazaban asesinarlo a él. No le perdonaron quemar los últimos diarios de su esposa "para que sus hijos no tuvieran que leerlos". La tumba que erigió para Plath en Heptonstall dice: En memoria a Sylvia Plath Hughes. 1932-1963. Hasta entre las llamas feroces se puede plantar el loto de oro. Sistemáticamente, ha sido vandalizado: borraron "Hughes" a golpes de piedras.
Hoy Plath tendría 81 años, la misma edad que Geoffrey Hill, el poeta más importante de Inglaterra y uno que, en su avanzada edad, ha encontrado una fuente secreta de productividad poética. Todo podría haber sido diferente. Podría haber superado su mal momento; podría haber encontrado una nueva vida; podría haber escrito tanto más. Hubiera ayudado tanto a sus devotos lectores si hubiera elegido seguir viviendo y escribiendo.
Pero estos son sentimientos que provocan todos los suicidios. Plath buscó su muerte en su obra. Hizo un macabro arte de la muerte, tanto en sus palabras como el los hechos. Al fin solo hay desamparo y vidas quebradas.


(¿Recuerdas que un amigo alguna vez te habló del poeta ocultista W.B. Yeats, quien había inodado a otros en ese camino: quién hubiese imaginado que la pareja de Sylvia Plath era, como ella, al parecer, ocultista? Ensayo de Andrés Hax en el sitio "revista ñ", Clarín.)

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