martes, 18 de marzo de 2014

Ted Hughes, perseguido por salvajes

A los cuatro años, Ted se levantaba de madrugada para seguir a Gerald, su hermano mayor, que le llevaba diez años. En sus partidas de caza, iniciadas todavía en la oscuridad, se introducían en los valles de Hardcastle, en West Yorkshire. “Gerald era el que disparaba y me empleaba como ‘perro de caza’”, iba a recordar Ted. “Tenía que gatear entre la maleza recogiendo urracas, búhos, ratas y comadrejas.” Como mito de origen, aquí se cifra tal vez la clave mayor de la obra de uno de los más notables poetas de lengua inglesa, reconocido como tal tanto por Derek Walcott como por Seamus Heaney. Para Ted Hughes (1930-1998) cada palabra es una “constelación de significados”, pero antes es un animal que debe ser capturado. “Esto es una cacería y el poema, una nueva criatura, un nuevo espécimen con vida aparte de la de uno.” El poema, tal cual lo entiende Hughes, responde a una autonomía que supera a su creador. “¿Cómo puede un poema, por ejemplo, acerca de caminar bajo la lluvia, ser como un animal?”, se pregunta. Y la respuesta que se le ocurre es: “Las palabras que están vivas son aquellas que podemos oír”.
Si un animal obsesionaba a Hughes desde su infancia era el zorro. Nunca había logrado atrapar uno. Hasta que una noche, en un hostal tristón de Londres, después de un año sin escribir poesía, tuvo una idea. La idea se le impuso. Y la escribió en unos minutos. Fue su primer poema sobre animales. Lo tituló “El pensamiento zorro”: “Imagino este momento del bosque a medianoche/ Algo más está vivo/ Junto a la soledad del reloj/ Y esta página en blanco donde se mueven mis dedos.// A través de la ventana no veo ninguna estrella: Algo más cercano/ Aunque más cercano/ Aunque más profundo y dentro de lo oscuro/ Está entrando en la soledad// Frío, delicado como nieve negra,/ La nariz del zorro roza una rama, hoja,/ Dos ojos ayudan un momento, que ahora/ Y nuevamente ahora, y ahora/ Posa huellas limpias en la nieve/ Entre árboles, a tientas una sombra renga/ Demorada por un muñón y en el vacío/ De un cuerpo que se atreve a avanzar// Por entre claros, un ojo,/ Un abierto y profundo verdor,/ Brillante, concentradamente/ Yendo a sus asuntos// Hasta que un repentino caluroso penetrante hedor de zorro/ Entra en el agujero oscuro de la cabeza./ La ventana aún sin estrellas; el tictac del reloj,/ La página está impresa”.
El poema puede sonar hermético para el lector que ignora el pasado del pibe cazador. Sin embargo, a su autor las palabras le ofrecieron un cuerpo y le dieron un espacio por donde andar. “Cada vez que leo el poema el zorro viene otra vez desde la oscuridad y se posa en mi cabeza”, diría Hughes en su ensayo El pensamiento zorro, ahora traducido por Diego Alfredo Palma. Aunque el poema careciera en un principio de sentido también para el poeta, sus versos, como el ensayo que lo precede, cumplen un objetivo clarificador: acercar a nuestra lengua a un poeta hasta ahora bastante esquivado por ciertos circuitos críticos, lo que se debió, sin duda, a sus dos turbulentas historias matrimoniales, que derivaron en suicidios. Primero, la inestable y depresiva becaria americana de una Fullbright Sylvia Plath, poeta menor si se la compara con Hughes. Algunas feministas, aprovechando como excusa la pasión de Hughes por el reino animal (obviando que este interés tiene una conexión con el ensayo sobre magia y religión La rama dorada, de James Frazer) lo acusarían de primitivo y salvaje por la muerte de Plath, pretenderían quitar el apellido Hughes de la lápida de Sylvia y durante largo tiempo, ya muerto, escupirían la tumba del poeta. Después, el suicidio de su segunda pareja, Assia Wevill, también poeta y amante de Hughes mientras iba y venía de la conyugalidad nerviosa con Plath. Antes de matarse, Wevill liquidaría a su hijo. Y como si esto fuera poco, un hijo de Hughes se suicidaría tiempo después No obstante, su producción vasta y premiada excedió la poesía y triunfó en todos los géneros que encaró: el ensayo, la literatura infantil y juvenil, el teatro, la traducción. El azor en el páramo (Bartleby editores) y Cartas de cumpleaños (Tusquets), ambos en ediciones bilingües, contribuyen a dispersar las nieblas de mezquindad que se han cernido sobre su poesía. Especial atención puede merecer entonces Cartas de cumpleaños, poemas escritos a lo largo de más de veinticinco años, memoria, balance y exorcismo de la sobrestimada Plath. Vivió sus últimos años en el campo, en Devon, hasta que un infarto de miocardio lo alcanzó cuando estaba internado por un cáncer de colon en el hospital de Souhwork. En toda su existencia no había tenido otra pretensión que preservar esa inocencia de sus cacerías de infancia para escribir poesía con verdadero asombro.Casi siempre alejado del mundanal ruido, equívocamente categorizado en ocasiones como un poeta rural, Hughes intentó siempre guardar silencio y evitar todo chismerío sobre su vida privada. No le resultó fácil. El traductor y estudioso español Xoan Abeleira escribió: “Ted Hughes no gozó, como debía y como quería, del amor de los que lo amaban a causa del odio de los que lo odiaban”.


(fuente: "radar libros", Guillermo Saccomanno, Página/12. )

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