jueves, 16 de noviembre de 2017

Heraclio Castillo Velázquez (1985 )

Espera en el umbral 

(fragmento)


III
Que me perdone la certeza por dudar de mí,
de mi existencia prolongada
y los setenta calendarios
apilados en la suma de los días.

Que me perdone la vida por pagar impuestos,
por la canasta de moras en tiempo de guayabas,
por el minuto de silencio invertido en el rosario.

Que me perdone la risa por quebrarme demasiado,
por la renuncia,
por el engaño,
por la promesa de “ser otra” cada día.

Que me perdone la lluvia por ansiar la primavera,
por el rocío de la mañana
aferrado a la ventana de mis ojos,

Que me perdone el infinito
por tener los días contados.

Que me perdone la boca por mi celda de palabras,
por la sonrisa falsa una mañana de abril,
por la mesura,
por el gran bocado,
por no tener un discurso lapidario.

Que me perdone la vida por esperar
en el umbral -de la mirada-
el silencio vaciado entre mis canas.

Que me perdone por mis labios
-tan secos para ser besados-
por contener palabras en jaula de tristezas,
por la añoranza,
por el café de la mañana,
por el dolor aprisionado en la garganta.

Que me perdone la vida por ansiar el alba,
por el cadáver del espejo,
por un día más en la batalla.

Que me perdone por la noche de magnolia,
por la silueta proyectada en el escombro,
por la duda,
por el engaño,
por añorar un tiempo seco entre mis manos.

Que me perdone la vida por ser finita,
por la reserva de mis piernas
para abrirse a la existencia,
por la aspereza de la mano que trabaja,
por Nada.

Que me perdone todo
-la dosis de aspirina,
la tarjeta de jubilación,
el cheque en blanco,
el último latido, acaso-
por no aspirar a ser.



[Inédito]

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