miércoles, 14 de marzo de 2018

Antonio Deltoro (1947 )

A lápiz



En lo profundo, con el sarampión, con las paperas, la modestia del lápiz: su cualidad para seguir los trazos frágiles; su calidad delgada para saber acompañar. El lápiz es un ser que para hacer se deshace, coherente con sus extremos de goma y de grafito, con su destino de viruta, con su trazo gris sobre el blanco. Pero a lápiz también se pueden escribir montañas, mares, catedrales; el lápiz no sólo es hábil con las vocales débiles, sino también traza la u, los grandes huecos, los abismos mayúsculos, la temperatura de la t; no solamente salen de él las comas, sus pequeñas discípulas y amigas, sino signos más radicales y robustos: los dos puntos.
        El lápiz, un triste lápiz de infancia, achatado y mordido, no uno puntiagudo, recién afilado, sino uno de esos que me prestaban los amigos, un lápiz al que se le tiene que humedecer la punta para que escriba casi al borde, un lápiz que pide sacapuntas, que ya conoce el destino, capaz de suicidarse, puede aún vivir momentos vigorosos y a la naturalidad de una rosa oponerle la excentricidad de una granada.

        La conciencia del tiempo me la dio por primera vez la distancia entre un lápiz orondo de goma militar y otro entrañable, cansado, sucio, plebeyo, cacarizo. A ese lápiz minúsculo asocié la vejez y la bondad de la maestra Teresa: frágil, hábil en el desaparecer, fabuladora, rica de letras y de cuentos.



("periódico de poesía", no.106)

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